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domingo, 15 de enero de 2012

Rumbo al far west peruano

Seguridad ciudadana demanda respuesta colectiva.  
Esta semana todos aprendimos mucho sobre defensa propia pero poco sobre el papel del Estado. Si, como parece, esa será la forma más frecuente de respuesta ante la delincuencia creciente que hay en el país, pronto el Perú será como el Far West.
El primer caso ocurrió hace tres semanas cuando el empresario Luis Miguel Llanos, de 37 años, tuvo que abatir, en defensa propia, a dos delincuentes que estaban asaltando a su novia en una calle de Miraflores y que pusieron en serio riesgo su vida.
El otro sucedió el sábado de la semana pasada, cuando el universitario Gastón Mansilla, de 20 años, abatió, en defensa propia, a otro delincuente que lo amenazaba con cuchillos en un asalto en el Cercado de Lima.
Ambos hechos prácticamente coincidieron en el tiempo pero fue el de Mansilla el que produjo mayor notoriedad e indignación pues la jueza Ana María Puma León, quien el derecho lo debe haber estudiado en algún camal, decidió enviarlo a la cárcel en donde se encontró con amigos del delincuente que él había abatido.
Los medios encontraron entonces, en la combinación de ambos eventos, una manera de volver a hacer notar lo que todos sabemos. Primero, que la desprotección del ciudadano frente a la delincuencia es un hecho cotidiano porque muchas partes del país se han vuelto un sálvese quien pueda por el avance notable de la delincuencia y por la débil capacidad de la Policía de contenerla.
Segundo, que la justicia sigue afectada por una crisis profunda donde la jueza Puma León solo es un rugido más de un problema muy grave.
Las dificultades de la Policía y la justicia para cumplir su papel son solo dos expresiones de un problema antiguo que abarca a muchas otras áreas, como la educación o la justicia.
Los casos de Llanos y Mansilla son solo dos expresiones más del proceso de decadencia en el que, junto con el progreso económico que se registra desde hace tiempo en el país, ocurre en los principales servicios públicos, los cuales son una estafa o apenas un mal remedo de lo que debieran ser.
Debido a ello, proliferan en el país respuestas salvajes ante problemas como el de la seguridad que debieran resolverse con buenos servicios públicos: cada quien armado para defenderse; policías que organizan matanzas que son alabadas por el ciudadano; juicios populares que terminan en linchamientos; o matones contratados para arreglar controversias.
Mientras el Estado no haga lo que debe hacer, y este gobierno siga postergando –como los anteriores– el establecimiento de una adecuada seguridad ciudadana, la lección lamentable de esta semana es que el mejor modo de protegerse ante la delincuencia es comprando una pistola y aprendiendo a usarla con destreza.

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