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Fernando Rospigliosi |
Es decir, se trata de
izquierdas de medio siglo de antigüedad que, a diferencia de sus similares del
continente, no se han renovado y siguen estancadas en muchas de sus obsoletas
ideas originales.
La historia se repitió
En 1985 las izquierdas
llegaron a su apogeo, agrupadas en Izquierda Unida. Su candidato Alfonso
Barrantes alcanzó el segundo lugar en las elecciones presidenciales y
obtuvieron una nutrida representación parlamentaria. Antes, en 1983, habían
ganado el municipio de Lima y numerosos gobiernos locales en provincias.
En 1990 ya estaban
desintegradas, enzarzadas en feroces disputas caudillistas disfrazadas de
discrepancias ideológicas. Entonces se echaron en brazos del izquierdista
Alberto Fujimori, para cerrarle el paso al feroz ogro derechista Mario Vargas
Llosa.
Fujimori los retribuyó
con algunos ministerios y otros puestos, al tiempo que daba un brusco viraje a
la derecha. Y después de un año, los despidió sin miramientos y estableció una
dictadura violentamente criticada por sus antiguos apologistas y seguidores.
Algo similar les acaba
de suceder con Ollanta Humala, al que apoyaron con fervor (los mismos que
habían alabado y lisonjeado a Fujimori en 1990). Al comienzo les dio algunos
cargos, pero rápidamente los ha expulsado de su gobierno, después de girar
hacia la derecha, como Fujimori.
Los principios de Marx
Esta vez las cosas son
bastante peor para las izquierdas, porque varios de sus líderes emblemáticos
–no todos– han quedado expuestos públicamente como lo que son, oportunistas,
cuyos principios son como los de Groucho Marx: tengo estos, pero si no le
gustan los cambio por otros.
El 2006, los
izquierdistas denunciaron a Humala como violador de los DDHH, corrupto
sobornador de testigos y agente montesinista (“caballo de Troya de Montesinos”,
le decían).
En el 2011 afirmaban
que ese mismo Humala era inocente de los asesinatos, desapariciones y torturas
de Madre Mía, que nada se había probado y que nunca fue un montesinista, todo
eso a cambio de lugares en su lista parlamentaria y, luego, ministerios y
puestos en el gobierno.
A pesar que Humala dio
un giro de 180 grados cuando asumió el gobierno, ellos permanecieron en sus
puestos con diversas justificaciones. Hasta que los echaron bruscamente.
Unos pocos, poquísimos
en verdad, tuvieron la suficiente dignidad para renunciar. Otros se han
aferrado a sus cargos hasta el último minuto.
Algunos incluso han
aceptado puestos en el exterior, que es la manera que tiene Humala para
mantenerlos callados y agradecidos, a ellos y a sus aliados cercanos. Así,
sirven a un gobierno derechista en el que no creen y disfrutan de los goces de
puestos bien rentados e inocuos políticamente.
El peor golpe que han
sufrido es que ha quedado en evidencia su doble moral. Algunos repudiaban sus
obsoletas ideas socialistas, pero creían que eran incorruptibles luchadores por
la honestidad y los DDHH.
En pocos meses se han
desenmascarado. Amparan y encubren la corrupción cuando les conviene, para
mantener sus puestos en el Estado o para evitar ser sancionados cuando se
descubre que también tienen rabo de paja, en uno de los inconfundibles
intercambios al que nos tienen acostumbrados los otorongos.
Resulta claro ahora que
solo critican la corrupción y las violaciones a los DDHH cuando los culpables
son sus adversarios políticos. Pero cuando son sus patronos o benefactores, los
defienden sin escrúpulos. Aquí y en el extranjero.
Así, respaldan sin
sonrojarse a la dictadura totalitaria de los hermanos Castro en Cuba y a los
ultracorruptos gobiernos de Daniel Ortega y Hugo Chávez en Nicaragua y
Venezuela.
Naufragio anunciado
El intento de Sinesio
López, Santos y otros izquierdistas probablemente correrá la misma suerte que
las muchas gestiones similares que han hecho en el último cuarto de siglo, que
fracasaron, en primer lugar, porque carecen de un líder propio que les dé votos
y les permita tentar el gobierno con alguna posibilidad de éxito.
Y en segundo lugar,
porque los numerosos caudillos disputarán ferozmente la preeminencia de una
izquierda electoralmente minúscula.
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