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lunes, 15 de febrero de 2010

Ni 'fascinación' por el corrupto ni por el 'buen dictador'

EDITORIAL
Después no nos quejemos de los gobiernos que tenemos, presididos por políticos arribistas, sin idearios, principios éticos o moral; por personajes sin vocación de servicio, que creen que llegar a la función pública es la vía más rápida para enriquecerse. ¡Cuántas fortunas tienen su origen en el ejercicio del poder!
elcomercio.pe Lunes 15 de Febrero del 2010
Si bien las criticadas deserciones en algunos partidos políticos producidas la semana pasada pusieron en evidencia la falta de compromiso ético de ciertos alcaldes y otros líderes con sus agrupaciones originarias, la encuesta de El Comercio que hoy publicamos reitera un tema vinculado con los tránsfugas: el descrédito de las organizaciones partidarias se mantiene inalterable y mayoritario, ad portas de las próximas elecciones municipales y regionales. 
Sin embargo, mientras los partidos se deciden a enfrentar y hallar salidas a tan nefasto círculo vicioso, los ciudadanos no podemos quedarnos de brazos cruzados, conformarnos con observar desde el balcón campañas electorales fatuas, desastrosas y deprimentes, ni tampoco recurrir al fácil expediente de entregar nuestra confianza a cualquier político disfrazado de un falso pragmatismo. 
Y es que bajo está óptica, bastante reduccionista por cierto, seguiremos condenados a optar por el candidato más popular, aunque tenga rabo de paja; por el que más obras hizo o hará, aunque carezca de principios éticos; o por el “buen dictador” que gobernará con mano de hierro, aunque sea un autócrata que no respetará en lo más mínimo nuestros derechos. Seguir este tipo de posturas, propias del llamado síndrome de la integridad comprometida que ha rescatado muy bien el psicoanalista Moisés Lemlij, nos convierte en votantes dispuestos a aceptarlo todo, sea por mero utilitarismo (“el fin justifica los medios”) o porque somos electores fascinados por el corrupto (“no importa que robe mientras haga obras” o “el corrupto arreglará las cosas”). 
Desterrar estas prácticas nocivas es una tarea que los peruanos tenemos que asumir desde ahora, no solo como peruanos responsables de las autoridades que votamos, sino como ciudadanos involucrados en los problemas nacionales, regionales y municipales que sin duda nos atañen. 
Tienen razón quienes sostienen que la debilidad de los partidos es el tema de fondo y explica la profusión de políticos tránsfugas que antes de morir en el intento de llegar al poder han preferido transar con prospectos con futuro, con candidatos populares, aunque se trate de individualidades cuestionadas. El fortalecimiento del alicaído —y para algunos politólogos, casi inexistente— sistema de partidos es el nudo gordiano de nuestra política; las diferentes agrupaciones tendrían que haber asumido hace años esa tarea para no lamentar un problema que pone en riesgo su propia supervivencia, pero que sobre todo se cierne como una amenaza sobre la democracia y la gobernabilidad. 
Pero, aunque suene reiterativo, a los ciudadanos nos corresponde exigir una campaña de ideas y de temas, y no una retahíla de promesas insuficientes o practicismos. De lo contrario, tendremos que asumir las consecuencias que deriven de ello que, finalmente, nos devalúan y convierten en personas de segundo o tercer nivel, incapaces de elegir a los mejores representantes y voceros del interés público. 
Después no nos quejemos de los gobiernos que tenemos, presididos por políticos arribistas, sin idearios, principios éticos o moral; por personajes sin vocación de servicio, que creen que llegar a la función pública es la vía más rápida para enriquecerse. ¡Cuántas fortunas tienen su origen en el ejercicio del poder! 
Aspirar a un cargo público no es necesariamente malo. El problema, como recalca Lemlij, radica en que se lo consiga a cualquier precio, sin pensar en el prójimo, sin el basamento ético que da tener incorporada una fuerza moral y una gran fuerza de voluntad, para entender que la política significa servir y contribuir a consolidar positivos sentimientos de pertenencia a una colectividad.

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