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miércoles, 10 de febrero de 2010

Hipocresía

Vivo de mi trabajo
peru21.pe Mié. 10 feb '10
Autor: Jaime Bayly
El señor Alejandro Toledo dice que no debo tomar mi candidatura presidencial “a la chacota”. Es el mismo señor que se negó a reconocer a su propia hija. Es el mismo señor que se tomó “a la chacota” a su hija biológica.

El señor Yehude Simon dice que si soy presidente del Perú, sobrevendría el caos. Es el mismo señor que fue director de Cambio, pasquín que defendía los crímenes terroristas del MRTA. Es el mismo señor que fue a la cárcel acusado de terrorista o cómplice de terroristas. Es el mismo señor que fue primer ministro de este gobierno y no pudo impedir la matanza en Bagua. Es el mismo señor que, por pusilánime, fue incapaz de evitar el caos sangriento en Bagua.

La señorita Lourdes Flores dice que mi candidatura no es válida. La señorita debería aprender a usar mejor las palabras. Puede decir que mi candidatura no le gusta o le da miedo, pero la validez o invalidez no la decidirá ella, sino la autoridad electoral competente.

El señor Ollanta Humala dice que el poder económico está detrás de mi candidatura porque le conviene dispersar el voto de la derecha en la primera vuelta. La acusación es falsa e idiota. No recibo dinero ni recibiré dinero de nadie si soy candidato. Vivo de mi trabajo. Soy un hombre de trabajo.

Trabajo los siete días de la semana. El señor Humala no tiene trabajo conocido hace ya varios años. Nadie sabe de qué vive, cómo se gana la vida, quién lo mantiene. Sabemos que es un mantenido, pero no sabemos el poder económico que lo mantiene. La diferencia entre usted y yo, señor Humala, es que yo vivo de mi trabajo y usted vive cómodamente de las propinas generosas de sus amigos. Por lo demás, es idiota suponer que el poder económico quiere dispersar el voto de la derecha. Eso favorecería al candidato de izquierda, el propio señor Humala. Sin embargo, este señor no parece capaz de advertir algo tan evidente. No olvidemos que es un soldado y un golpista que el 2005, siendo agregado militar en Seúl, a sueldo del gobierno de Toledo, llamó por la radio peruana (RPP) a derrocar al gobierno democrático del señor Toledo. Un golpista, como ha escrito Javier Marías, nunca pasa a ser ex golpista, es siempre un golpista, del mismo modo que un homicida nunca pasa a ser ex homicida, es siempre un homicida.

El señor Pedro Pablo Kuczcynski se supone que es confiable cuando habla de cifras y estadísticas. Sin embargo, acaba de decir en televisión que tiene 70 años cuando en realidad tiene 71 y en octubre cumplirá 72 (es apenas unos meses menor que Fujimori: ambos nacieron en 1938). El señor Kuczynski miente sobre su edad. Se rebaja un año. Curiosa y coqueta deshonestidad la de un hombre que se jacta de ser serio con los números. Por lo demás, ¿es prudente postularse a presidente con 72 años y medio, cerca de cumplir ya los 73? ¿Es razonable que un hombre de casi 73 años quiera gobernar cinco años el Perú hasta los casi 78? ¿Ha olvidado el señor Kuczynski que, a su edad, la muerte es un evento indeseado pero altamente probable?

El mismo señor Kuczynski ejerce de sicoanalista y dice que estoy lleno de odio porque escribo un artículo en el que recuerdo que mi difunto padre fue violento y abusivo conmigo. Cuando Mario Vargas Llosa escribió un libro (El pez en el agua) recordando que su difunto padre fue violento y abusivo tanto con él como con su madre, ¿salió el señor Kuczynski a decir que Vargas Llosa estaba lleno de odio?

Y si de veras le preocupa el odio al señor Kuczynski, ¿cómo pudo servir en el gobierno de un caradura como Toledo, que se negó a reconocer a su hija, mintió a los tribunales al respecto y acusó, en un acto lleno de odio, a la madre de su hija de ser una prostituta?

Un columnista de Correo me llama siempre Jaimito Gayli y dice que quiero ser candidato para llenar el Congreso de travestis. ¿No les da vergüenza a los dueños de ese diario que se dé tribuna a la homofobia más militante? Ni soy gay ni llevaré candidatos al Congreso. Pero, ¿cuál es el problema con ser gay o travesti en el Perú? ¿Es un estigma o un baldón para que ese anciano columnista haga escarnio de los gays y los travestis como si fueran criaturas despreciables o esperpentos humanos? Los periódicos serios no publican artículos que exaltan la homofobia. Al publicarlos, dan legitimidad moral a esa forma abyecta de discriminación.

El general Donayre, ex jefe del Ejército peruano, que alienta en reuniones privadas la matanza indiscriminada de chilenos como broma ingeniosa, dice que no soy serio ni responsable al pedir que el Perú, siendo un país pobre, gaste menos dinero en militares y armas de guerra. El señor general dice que no tengo autoridad moral para opinar al respecto porque no he combatido como soldado de la nación. El señor general, que quiere matar chilenos y meterlos en bolsas plásticas, es el perfecto ejemplo del militar peruano: tonto, incompetente, bravucón, comediante de pacotilla y, por supuesto, incapaz de ganar una guerra. Los militares peruanos son una plaga tóxica y peligrosa. La historia peruana así lo demuestra. Sólo sirven para dar golpes de Estado, usurpar el poder en dictaduras corruptas e ineptas, perder casi todas las guerras y robar dinero cuando compran armas que, luego, no saben bien cómo usar. Cuando el Perú tenga una Guardia Nacional bien equipada y acabe con el cáncer de los militares, acabará también con los golpes de Estado, con las dictaduras militares, con las coimas en las compras de armas y con el despilfarro colosal en mantener a estos fantoches en uniforme. Y cuando hablo de dictaduras militares, hablo de la historia reciente, de los años en que yo ya vivía. El Perú sufrió una dictadura militar entre 1968 y 1980 y una dictadura apoyada por los militares entre 1992 y el 2000. Es decir que en esos 32 años de vida republicana, los militares se dedicaron a robarnos las libertades y el dinero durante 20 de los 32 años. No es poco saqueo, no es latrocinio menor. Son, por tanto, una fuerza enemiga de la democracia y los dineros públicos. ¿Realmente los necesitamos? No lo creo. Bien podríamos vivir sin ellos, como Costa Rica, y con una Policía altamente profesional.
El cardenal de Lima, monseñor Cipriani, me acusa de haber mentido por decir que recibe sueldo de ministro de Estado. En su defensa, alega que sólo recibe un sueldo de 1,400 soles. A su turno, el obispo Bambarén (aliado de las tropelías de la dictadura militar de Velasco) afirma que es justo que el Estado peruano subvencione a la Iglesia Católica en compensación por la ayuda financiera que la Iglesia prestó al Estado en la guerra de 1879. Mi acusación no ha sido desmentida: en efecto, los jefes del clero católico están en la planilla del gobierno peruano, incluyendo a los monaguillos, según decreto supremo en plena vigencia. Dado que el gobierno les paga con dineros públicos, y dado que esos dineros provienen de los contribuyentes, y dado que los contribuyentes son católicos, evangelistas, judíos, mormones, musulmanes, budistas o de otras confesiones religiosas o de ninguna, es discriminatorio que se use el dinero de todos en beneficio de una Iglesia en particular (sea mucho o poco dinero, y 5 millones de soles al año no es poco dinero, que es lo que recibió la Iglesia Católica del gobierno peruano el 2008) y en desmedro de las demás iglesias. El Estado debe ser laico y no financiar a ninguna Iglesia. Todas las iglesias deben autofinanciarse.

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