Al final, sin embargo, se optó por seguir la recomendación de constituir el gremio de gremios, que empezó a operar, con el nombre de Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep),
larepublica.pe Martes 04 Mayo, 2010
Por Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe
En mayo de 1985, terminaba el primer año de mi maestría en Harvard, asomaba el verano bostoniano, y yo andaba buscando un trabajo para financiar mis vacaciones en el Perú. Entonces no había internet ni fax, recién aparecían las computadoras IBM –grandotas y carísimas– y llamar por teléfono a Lima costaba un ojo de la cara.
Hoy se puede seguir, donde quiera que uno esté, por la web, el resultado on line de un partido de fútbol, pero hace un cuarto de siglo había que esperar el recorte periodístico de la tabla de posiciones del campeonato local de fútbol que llegaba, una semana más tarde, en un sobre ‘vía aérea’.
Ganas de volver al Perú, por tanto, después de un año fuera, no me faltaban, y la chamba la encontré vinculada al Grupo Apoyo –en el que había trabajado desde 1980– como integrante de una misión de la consultora Arthur D. Little, financiada por AID, para evaluar la creación de un gremio privado que agrupara a todos los gremios sectoriales ya existentes.
Con dicho fin, entre mediados de junio y agosto de 1985, con un equipo dirigido por un consultor cubano-americano, nos la pasamos entrevistando a dirigentes empresariales de cada sector para auscultar su opinión sobre ese ‘gremio de gremios’.
La verdad es que mucho interés no había. Varios líderes de cada sector pensaban que una nueva entidad gremial significaría costos extras sin producir beneficios adicionales a los que ya existían con las distintas entidades de cada actividad.
Al final, sin embargo, se optó por seguir la recomendación de constituir el gremio de gremios, que empezó a operar, con el nombre de Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (Confiep), unos meses después creo, cuando yo ya estaba en Cambridge, por lo que no recuerdo ese momento con mayor precisión.
Comprensiblemente, al comienzo el sector empresarial tuvo alguna desconfianza sobre el sentido de Confiep. No pasaría mucho tiempo, sin embargo, para comprobar cabalmente su conveniencia: el intento alocado del presidente Alan García I de estatizar, en julio de 1987, toda la banca y los seguros requirió una oposición de la empresa privada en su conjunto ante una amenaza que no solo era contra esas actividades específicas sino contra el concepto general de la propiedad privada.
Desde entonces, Confiep se ha convertido en un actor central del debate del país, con algunas épocas mejores que otras en función del carácter y los principios que le imprimió cada presidente, pero con una participación institucional en la vida nacional que, en conjunto, es, sin duda, muy positiva por la posibilidad que le ha ofrecido a la empresa privada de interactuar con mejor capacidad de representación en el debate político y económico en el Perú.
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