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sábado, 8 de mayo de 2010

La libertad disuelve la corrupción

RINCÓN DEL AUTOR
El Estado patrimonialista se refugió, sin embargo, en las áreas donde el funcionario todavía decide: en la justicia, en las licencias municipales y ministeriales que aún subsisten, en la titulación de la propiedad y la disposición de los bienes del Estado, y, naturalmente, en las compras estatales y la obra pública.
elcomercio.pe Viernes 7 de Mayo del 2010
Por: Jaime de Althaus Guarderas
La tarea en el Perú es pasar de un Estado patrimonialista —donde el funcionario maneja los recursos como si fuesen suyos— a uno moderno, racional, meritocrático, transparente. Para ello, lo primero es reducir la discrecionalidad de los funcionarios al mínimo, dictar normas universales que no diferencien beneficios para no fomentar la compra del beneficio por quienes no tienen derecho a él. En ese sentido, la liberalización de la economía en los años 90 fue un avance sustancial: redujo y simplificó la protección arancelaria, suprimió los tipos de cambio diferenciados y el codiciado dólar MUC, eliminó subsidios, controles de precios y licencias de todo tipo. Eliminó el mercantilismo, que es la forma que adopta la administración de la economía en los estados neo-patrimonialistas. En la medida en que ya no era necesario pedirle permiso a un burócrata para actuar, ni hacer cola para conseguir un beneficio o una prebenda, pues la corrupción derivada de la administración de la economía disminuyó. Una economía libre es una economía libre de corrupción.

El Estado patrimonialista se refugió, sin embargo, en las áreas donde el funcionario todavía decide: en la justicia, en las licencias municipales y ministeriales que aún subsisten, en la titulación de la propiedad y la disposición de los bienes del Estado, y, naturalmente, en las compras estatales y la obra pública. ¿Cómo atacarlo? A la larga, solo con ciudadanos fuertes, libres, responsables y contribuyentes, que demanden transparencia y eficiencia al Estado.

En ese proceso estamos. Pues el libre mercado no solo elimina la corrupción mercantilista, sino que ayuda a fundar el “otro”, el ciudadano. En efecto, competir lealmente en el mercado entraña una forma de respeto por el competidor, por el “otro”. Ya no se trata de “comprar” un privilegio o una ventaja rentista a costa de los demás, sino de competir con reglas de juego iguales para todos. Entraña un respeto no solo por el competidor, con quien uno se bate apelando a lo mejor de la propia capacidad, sino sobre todo por el consumidor, quien resulta beneficiado con productos más baratos y de mejor calidad. El consumidor es el amo.

La profundización de este proceso en la sociedad es lo que conduce, a la postre, a la formación de ciudadanos independientes y responsables, que son la base de un Estado ya no patrimonialista sino moderno y meritocrático. En la medida en que esos ciudadanos paguen impuestos, exigirán resultados. Dejarán de ser masa objeto de relaciones clientelistas para convertirse en sujeto social exigente. Dejarán de ser clientela de favores patrimonialistas para demandar eficiencia racional en el gasto. Persistir y profundizar: esa es la tarea.

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