En las últimas semanas,
mi maestro y colega Sinesio López ha fundamentado su alejamiento del gobierno
debido a que “la hoja de ruta ha sido políticamente prostituida” (“Las hojas de
ruta”, LR, 15 de enero), lo que habría permitido pasar de “la captura del
Estado a la captura de Ollanta” por parte de “la derecha económica, política y
mediática” (“La captura de Ollanta”, LR, 29 de enero). La tarea ahora sería
construir un proyecto de izquierda autónomo, “desde… las conciencias de la
gente de a pie, en las demandas y propuestas ciudadanas, en la sociedad civil,
en los movimientos sociales y en sus representaciones políticas” (“Carta desde
la sociedad civil”, LR, 1 de enero). La materialización práctica de esta nueva
apuesta serían las conversaciones iniciales con Gregorio Santos y otros. En
tanto las ideas de López han constituido en el pasado y representan ahora el
fundamento intelectual para la construcción de un proyecto de izquierda,
analizar su discurso resulta importante.
En “La captura…” López
presenta una mirada según la cual vivimos un orden marcado por la Conquista y
la Colonia, en el que los intentos por revertirlo han fracasado: Túpac Amaru,
Haya y Mariátegui, el velasquismo, la Izquierda Unida y el propio Humala antes
de su “captura”. Este razonamiento guarda cierto parentesco con el que presentó
en “De imperio a nacionalidades oprimidas” de 1979 (en Nueva historia general
del Perú, de Carlos Araníbar et.al., Lima, Mosca Azul eds.). López sostenía
entonces que las fuerzas del cambio estaban en el movimiento popular, en
particular el movimiento campesino. Eran los años de las protestas contra la
dictadura militar y de la influencia del maoísmo.
Años después, con una
izquierda ubicada al interior del régimen democrático, López presenta una
visión más equilibrada: no estamos ante reiterados fracasos, si no de
“sucesivas incursiones democratizadoras” de los excluidos, que “impulsan la
integración, ensanchan la participación y desarrollan mejores condiciones para
el funcionamiento de la democracia”; así, en el siglo XX, Haya, Mariátegui y
Velasco no son fracasos sino éxitos parciales, y además se reconoce el aporte
de sectores no izquierdistas a la democratización del país (Acción Popular, la
Democracia Cristiana y el Social Progresismo. El dios mortal. Lima, IDS, 1991).
Esta democratización también es social, y se expresa en una ampliación y
desarrollo de la ciudadanía, aunque con grandes desigualdades (Ciudadanos
reales e imaginarios. Lima, IDS, 1997).
Con la derrota política
de la izquierda en 2006, y sin un movimiento popular al cual apostar, ante el
dilema de construir un proyecto propio o apoyar a Humala, López optó por lo
segundo. Se impuso el “realismo político”. Ese mismo justificó después la “Hoja
de ruta” y la incorporación de “los Velarde y Castilla” como parte de un “paso
decisivo para darle gobernabilidad al país”, y de “establecer equilibrios
complejos entre los diversos campos de las relaciones de poder” (“Ollanta entre
el temor y la esperanza”).
Podría decirse que
hasta aquí en López se estaba dando una evolución política práctica equiparable
a la que pasaron las izquierdas de Chile, Brasil o Uruguay, que las llevó a
aceptar la democracia como régimen, al mercado como motor principal de la
economía, y a la búsqueda de pactos o acuerdos como práctica por encima de la
pura confrontación. Sin embargo, volver de pronto a considerar que nuestros
males son coloniales, que nuestra historia es una de fracasos, en la que se
imponen “los descendientes de Pizarro”, donde está pendiente “superar las
deficiencias de 1821” y “construir un Estado nacional republicano”, parece fundamentar
una lógica binaria y una retórica de confrontación, un viraje que podría llevar
a perder lo ganado en nombre del “realismo”.
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