Históricamente, casi todas las democracia estables
en A. Latina han tenido un partido de derecha fuerte. Cuando la elite económica
confía en que puede defender sus intereses dentro del juego democrático, está
más dispuesta a invertir en ello: sus hijos entran a la política; financia a
los partidos y los candidatos; construye relaciones sólidas en el Congreso; y
sobre todo, no busca medios alternativos –como los golpes militares– para
defender sus intereses.
Cuando los partidos de
derecha son débiles e incapaces de ganar elecciones, es más probable que la
elite económica desconfíe de las instituciones democráticas, que no invierta en
ellas, y que busque defender sus intereses a través de medidas no
democráticas. Un ejemplo es Argentina. A
partir de la reforma electoral de 1912, la derecha argentina no volvió nunca a
ganar una elección nacional. Todas las elecciones democráticas fueron dominadas
por los Radicales y –a partir de 1946– por los Peronistas. Los partidos
conservadores que representaban a la elite económica casi dejaron de
existir. Esta debilidad electoral se
convirtió en un talón de Aquiles de la democracia argentina: incapaz de ganar
en el juego democrático, la elite económica se convirtió en su enemigo, tocando
con frecuencia las puertas de los cuarteles: Argentina, el país más
desarrollado de A. Latina, sufrió seis golpes de Estado entre 1930 y 1976.
La relación empírica
entre la fortaleza electoral de la derecha y la estabilidad democrática en A.
Latina es fuerte: donde existe una derecha fuerte, como en Chile, Colombia, y
Uruguay durante gran parte del siglo XX, o en El Salvador en las últimas dos
décadas, la democracia es más estable. Donde la derecha es débil, como en
Argentina y Bolivia, la democracia es mucho más precaria.
La derecha peruana es
muy débil en términos electorales. Hace más de medio siglo que no gana una
elección presidencial. Y no ha sido por la fortaleza de sus rivales. En las
últimas dos décadas, la derecha ha perdido ante un desconocido total (1990), un
novato político sin partido (2001); uno de los expresidentes más impopulares de
la historia (2006), y un candidato sobre el cual más de 60% de los peruanos
habían dicho que no lo apoyarían bajo ninguna circunstancia (2011).
Pero esa debilidad
electoral no parece importarle mucho a la elite económica. Ha invertido poco en
la construcción (o reconstrucción) de un partido de derecha fuerte. ¿Cómo se explica esta indiferencia? En parte, la elite económica ha sido
malcriada. Desde 1990, todos los
candidatos que vencieron a la derecha en las urnas luego adoptaron su programa
y gobernaron más o menos como si fueran de derecha. Fujimori aplicó el shock de Vargas Llosa;
García II fue tan conservador que Lourdes Flores lo describió como el
“presidente de los ricos”. Toledo se mantuvo más en el centro, pero su
políticas económicas eran de centroderecha y jamás amenazaron los intereses
empresariales. La derechización de los gobiernos de turno deja poco incentivo
para invertir en un partido de derecha.
Si los demás candidatos terminan gobernando en la derecha, ¿para qué
invertir en un partido de derecha?
La elite económica
parecía pagar por su negligencia en 2011 cuando, en un exceso de confianza, se
dio el lujo de dividirse y apostar por candidatos de fantasía como PPK. Acostumbrada a tener lo suyo sin hacer el
trabajo político, la derecha reaccionó al surgimiento de Humala con histeria.
Pero la vieja historia parece repetirse: Humala también giró hacia el
centro. De nuevo, la elite limeña sufrió
una pesadilla electoral, pero cuando se despertó en la mañana encontró que todo
estaba bien. Y, como consecuencia, su
indiferencia ante la debilidad electoral de la derecha se mantiene.
Esta indiferencia
podría tener costos muy altos, no solo para la elite económica sino también
para la democracia. ¿Qué pasará si viene un Evo de verdad? Si la derecha no pudo ganarle a Humala, con
todas sus debilidades, ¿qué hará ante un populista con carisma y capacidad
política? Hace más de dos décadas que no existe en el Perú una izquierda o
populismo fuerte. Pero en la política
nada es permanente. Y una elite que cree que con un par de peluches y 500
amigos de Facebook se puede llevar a PPK a la presidencia no está en
condiciones de competir contra una izquierda, centroizquierda o populista
capaz.
Y si algún candidato
que vence a la derecha en las urnas decide no girar al centro, ¿cómo responderá
la elite limeña? Su comportamiento en las elecciones de 2010 y 2011 no inspira
confianza. Un sector de la derecha respondió al triunfo de Villarán como un
niño malcriado: con rabietas y, peor aún, con ganas de patear el tablero. Y
respondió al surgimiento de Humala de una manera asombrosa: se puso histérica.
Estas reacciones preocupan. De nuevo: la
historia latinoamericana muestra que cuando la derecha cree que no puede
defender sus intereses a través de las
elecciones, busca defenderlos a través de medios no democráticos.
Para la derecha, el
camino electoral más viable parece ser el fujimorismo. A diferencia de las
otras fuerzas de derecha, el fujimorismo tiene capacidad electoral. Llega a
provincias y a los sectores populares. Y aunque representa una derecha distinta
–menos liberal, más estatista– que el PPC o el Fredemo, su ideología –centrada
en el orden y la lucha antisubversiva– tiene eco en la sociedad peruana. Hoy en
día, el fujimorismo es más un movimiento social dedicado a la defensa de
Alberto Fujimori que un partido político.
No se ha renovado o roto con su pasado autoritarismo. Pero podría transformarse en un partido de
derecha seria. En España y Chile, la derecha autoritaria cambió de liderazgo,
se distanció de su pasado, y se comprometió en serio con la democracia liberal.
Y así dos fuerzas de ultraderecha que habían amenazado a la democracia se
transformaron en organizaciones que hoy fortalecen a la democracia.
Un fujimorismo renovado
–y probablemente sin Fujimori– podría convertirse en un partido sólido de derecha.
Hasta ahora, la elite económica no ha tomado muy en serio esa posibilidad.
Abrazó a Keiko en su momento de pánico en 2011, pero no parece ver en el
fujimorismo un aliado serio. (Como me dijo un fujimorista, los miembros de la
elite “nos miran y ven muchos cholos”.)
No hay certezas en la
política peruana. Pero creo que el
fujimorismo tiene futuro. Y más, creo que un fujimorismo renovado (y
comprometido con las instituciones democráticas) podría fortalecer no solo a la
derecha sino a la democracia peruana.
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