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lunes, 14 de febrero de 2011

Sed sin límite

“¿Si estos animales aprendiesen a leer y a escribir, qué no querrán hacer y qué no pedirán después?”. Con estas palabras un personaje de la novela “Todas las sangres” se oponía a la apertura de una escuela para los comuneros.
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Pero en 1964, cuando se publicó el cuento de José María Arguedas, la paupérrima ciudad de Ayacucho vivía ya una ebullición educativa. El número de colegios estatales había aumentado de dos en 1940 a 13, varios otros ofrecían educación superior, y la Universidad de Huamanga había reabierto sus puertas después de haber estado cerrada por casi 70 años.

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