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Pero en 1964, cuando se publicó el cuento de José María Arguedas, la paupérrima ciudad de Ayacucho vivía ya una ebullición educativa. El número de colegios estatales había aumentado de dos en 1940 a 13, varios otros ofrecían educación superior, y la Universidad de Huamanga había reabierto sus puertas después de haber estado cerrada por casi 70 años.
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