Por: Augusto Álvarez
Rodrich
El principal escollo
serán todos los extremismos.
El anuncio de ayer del
presidente Ollanta Humala sobre el desarrollo de los proyectos mineros en el
Perú constituye un avance importante para la promoción de su ejecución en
armonía con el interés de la población, pero ahora el principal escollo será la
intención de petardear esa posibilidad por parte de las voces extremistas que,
desde distintos lados, se mueven
únicamente por su interés privado.
El presidente Humala
declaró ayer su intención de encontrar un equilibrio para que el beneficio de
la minería alcance a todos y no surjan más conflictos sociales. Eso significa
un cambio relevante en relación con las prioridades del gobierno anterior, el
cual tenía una obsesión por la promoción de la inversión privada aunque, por el
planteamiento del ‘perro del hortelano’, sin mucho interés por los efectos
sociales de los proyectos.
Aunque este cambio
suena bien en teoría, no será sencillo hacerlo realidad. Pero es positivo que,
al menos, se tenga la voluntad de conseguirlo. A pesar de todas las
dificultades que esto represente, eso es lo que se debe hacer hoy en el Perú.
Como se dijo ayer en
esta columna, “sin inversión, no habrá crecimiento ni recursos para financiar
la acción social del gobierno en la que hay gran expectativa. Pero siendo esto
indispensable, no puede justificar que únicamente se atienda al objetivo
empresarial. Se puede y se tiene que armonizar, como se ha dicho antes acá, el
agua y el oro”.
Esto implicará, por un
lado, realizar todos los esfuerzos técnicos para asegurar que proyectos mineros
como el de Minas Conga en Cajamarca se diseñen y ejecuten en armonía con
la mejora de la calidad de vida y el
medio ambiente.
Pero, por el otro lado,
este objetivo que es crucial para el país también implicará superar escollos
políticos que serán mucho más difíciles de remontar que aquellos de naturaleza
técnica.
Primero, por la
desconfianza de la población debido a que, con frecuencia, se incumplen los
ofrecimientos que se le hace a la gente en relación con este tipo de proyectos,
cuya ejecución acaba violentando muchas veces la vida de los ciudadanos.
Segundo, por el
extremismo de ambos lados de la mesa que van a querer petardear la posibilidad
de este tipo de acuerdos políticos y sociales. Este radicalismo puede provenir
tanto desde algunos sectores empresariales que no están acostumbrados a ser
regulados de un modo riguroso; como, también, de las autoridades y caciques
regionales que buscan mejorar su posición política mediante un radicalismo que
incendie la pradera en beneficio de sus intereses particulares y a costa de
hundir la posibilidad de un desarrollo articulado.
Contra ambos extremos,
y con soluciones pacíficas y dialogadas para armonizar la inversión con la
gente, es que se debe avanzar, por más dificultoso que sea dicho camino.
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